El pasado martes 19 se cumplieron los dos mil años del fallecimiento de Augusto, primer emperador del Imperio Romano, que gobernó entre el 31 a.C y el 14 d.C.: IMPERATOR CAESAR DIVI FILIVS.
Los detalles de ese día se relatan en el libro titulado “Los doce Césares” de Cayo Suetonio Tranquilo.
En sus escritos relata que el día de su muerte preguntó repetidas veces si su estado producía algún alboroto en el exterior; y pidió un espejo, se hizo arreglar el cabello para disimular el enflaquecimiento de su rostro. Cuando entraron sus amigos, les dijo:
¿Os parece que he representado bien esta farsa de la vida? Y añadió en griego la sentencia con que terminan las comedias:
“Si os ha gustado, batid palmas y aplaudid al autor.”
Después ordenó que se retirasen todos; inquirió todavía acerca de la enfermedad de la hija de Druso a algunos que llegaban de Roma, y expiró de súbito entre los brazos de su esposa Livia, diciéndole: Livia, vive y recuerda nuestra misión; adiós. Su muerte fue tranquila y como siempre la había deseado.
Murió en Nola en la misma habitación que su padre Octavio, bajo el consulado de Sexto Pompeyo y de Sexto Apuleyo, el 14 de las calendas de septiembre, en la novena hora del día (a las tres y media de la tarde), a los setenta y seis años menos treinta y cinco días. (En el calendario romano los días no se contaban del primero al último de cada mes, sino según los que faltasen para llegar a las calendas, es decir, el día 1; a las nonas, día 5; día 7, en los meses de 31 días; o a los idus, día 15, en los meses de 31 y día 13 en los demás).
Trasladaron su cuerpo de Nola a Bobilas donde fue entregado a los caballeros, que lo condujeron a Roma, depositándolo en el vestíbulo de su casa. El Senado quiso honrar su memoria, celebrando sus funerales con pompa extraordinaria. Sobre sus restos fueron pronunciados dos elogios fúnebres: uno por Tiberio, delante del templo de J. César, y otro por Druso, hijo de Tiberio, cerca de la antigua tribuna de las arengas; fue llevado en hombros por los senadores hasta el campo de Marte, donde le colocaron sobre la pira funeraria. Un antiguo pretor aseguró allí que había visto elevarse de entre las llamas hasta el cielo la imagen de Augusto. Los más distinguidos del orden ecuestre, descalzos y vistiendo sencillas túnicas, recogieron sus cenizas, depositándolas en el mausoleo hecho construir por él durante su sexto consulado entre el Tíber y la Vía Flaminia.
Tiberio, su sucesor, no dio a conocer la muerte de Augusto hasta después de haberse asegurado de la del joven Agripa Postumo, nieto de Augusto. Un tribuno militar, destinado a la guardia de este príncipe, le dio muerte después de mostrarle la orden que había recibido. Se ignora si Augusto firmó esta orden al fallecer para evitar las turbulencias que podían producirse tras su muerte, o si Livia la había dado en nombre de Augusto, y si en este caso fue por consejo de Tiberio o sin saberlo él. En todo caso, cuando el tribuno fue a comunicarle que había dado cumplimiento a aquella orden, contestó que no había dado ninguna orden y que había de dar cuenta al Senado de su conducta.Días después de su fallecimiento, el 17 de septiembre, Augusto fue divinizado, de esta manera se incorporó, al igual que Rómulo y Julio César, su padre adoptivo, como Dios al panteón romano: DIVVS AVGVSTVS, como aparece representado en las monedas y estatuas, destacando la escultura de carneola encontrada en Tarazona.