Dicen los diccionarios al uso que, en la Antigüedad, un ara o altar es cualquier tipo de construcción que se levanta sobre el suelo y se construye con materiales muy diversos, desde la piedra al mármol, y sobre el que se quemaban ofrendas a los dioses. Los altares en el mundo romano podían ser circulares o cuadradados, con una cavidad en la parte superior para alojar el fuego y a veces un orificio en la parte inferior para dejar salida a las libaciones. Suelen presentar inscripciones referentes al culto o bien ser anepígrafas, es decir sin inscripcion.
Los altares solían colocarse en los bosques sagrados, ante los templos delante de las gradas de acceso, en las calles de las ciudades o en el interior de las casas para sacrificar en honor a los Penates.
Hay un tipo de pequeños altares (20 cm de altura aproximadamente) frecuente en los ámbitos domésticos, como se comprueba en la Colonia Celsa, en donde se han encontrado cerca de media docena, siendo todos anepígrafos, confeccionados en arenisca y sobre todo en alabastro local. Son de perfil prismático, con el cuerpo de sección rectangular, focus liso con frecuentes huellas de uso en forma de señales de fuego en el plano superior. Éste suele rematarse de maneras diversas, a veces con molduraciones más o menos simples en forma de frontón y cavidades especiales para el fuego.
La voluntad y el amor de las gentes de Velilla de Ebro, con su alcaldesa al frente, han querido incorporar como hijo adoptivo de tan ilustre villa, al firmante de estas líneas, sin más mérito (del mismo) que el haberse dedicado a ejercer su vocación y pasión en las excavaciones arqueológicas y estudio de la más antigua colonia romana en el valle del Ebro: la Colonia Victrix Iulia, que primero fue Lepida por su fundador, el nobilísimo y fecundo en honores, Marco Emilio Lépido, y luego Celsa, por la gracia de Augusto.
Y esa voluntad, se ha materializado en un entrañable acto que ha tenido lugar en Velilla de Ebro, el pasado 14 de junio, en los idus de Junio, en el transcurso de una intensa jornada de reencuentro con el pasado entre los últimos romanos de Celsa y su vieja Colonia. La actual población ha salido a la calle, ha proclamado orgullosa su pasado y ha tenido a bien aceptar entre ellos a un ciudadano más, grabando su adopción precisamente sobre uno de los materiales más queridos en nuestro territorio, el alabastro y dando a esa voluntad la forma de un altar, como los encontrados en la colonia. Y ese honor se ha plasmado así en una bella árula con inscripción en capitales romanas: Miguel Beltrán Lloris/ob plurima merita/eius S(enatus) P(opulus) q(ue) celsensis inter/ cives adlegit/ XIV iun(i) MMXIV.
Se enriquece la nómina de “gentes de la Colonia Celsa”, que puede consultarse en el Museo de la localidad. Se suma así a la nutrida lista romana de ediles, duunviros, libertos, particulares que hicieron figurar sus nombres en la vasijas y de otros tantos nombres de gentes sin rostro suministrados por la epigrafía y la numismática de la colonia, el de Miguel Beltrán, cartagenero de raices monegrinas y levantinas.
Lo escueto del texto merece ser aclarado. Se menciona en la dedicatoria al senatus populusque de la Colonia Celsa, y conviene saber que detrás de ese epígrafe se encuentra el pueblo de Celsa, es decir de Velilla de Ebro, sus doscientos y pico habitantes que son los que restan de aquella población de 3.000 almas en el siglo I de nuestra Era. No puedo nombrarlos a todos y están representados por sus ediles, desde el primero (José Casamían) que recibió con los brazos abiertos a Miguel Beltrán (y su equipo de trabajo) en el año 1976, al último (Rosario Gómez) que de forma extraordinaria ha canalizado las sinergias entre el pasado y el presente de la comunidad.
Pero detrás de esa inscripción están también los rostros de las buenas gentes que nos ayudaron a desenterrar los vestigios del pasado, del pasado de sus no muy lejanos abuelos romanos y que quiero incorporar a esta lista limitada que debería seguir a la que se exhibe, de la época romana, en el Museo de Celsa: José Continente (el guarda de la colonia), Andrés Tella (el que mejor llevaba la túnica romana en nuestros festejos), Joaquín García (con su eterna sonrisa), Alberto Tella (se asombraba con los descubrimientos), Casimiro Gonzálvo (y su extraño sentido del humor), Nicolás García (hombre adusto y serio), Justo Gonzalvo (y sus historias), Carlos Casamián (el guardián del museo de Celsa), Benito Tella (siempre ocurrente) y Jesús Sancho, Victor Zapata, José Miguel Nicolás, Ascensión (los arroces de Ascensión ¡¡¡qué maravilla!!!) y Patro (la compañera de José), tan entrañable y maternal… hasta llegar, hoy, a la entusiasta labor de la Asociación “Los trabajos de Hércules” que pretende emular con sus desvelos (y lo está consiguiendo) las proezas del héroe que tan bien conocieron los habitantes de la romana Celsa.
Todos ellos y muchos más (las listas son siempre imperfectas) están en los recuerdos evocadores de esa bella inscripción miniada que da sentido al altar de Celsa que acaba de recibir el que continuará siendo devoto servidor de la vieja y noble Colonia Victrix Iulia Celsa, antes Lepida.
Y como estamos en tiempos augústeos, he de rememorar las palabras del emperador Augusto antes de su muerte: “Si os ha parecido que hemos interpretado bien este mimo de Celsa, entonces aplaudid”. Tras lo cual yo no voy a cerrar los ojos, como Augusto, los mantendré todavía muy abiertos, porque (en frase de José Continente): “viene a resultar que en Velilla de Ebro, hay que ver todavía muchas e importantes cosas”.
Gracias Celsa, gracias Velilla de Ebro.
Ave et vale
Miguel Beltrán, hijo adoptivo de Velilla de Ebro